
Me alimento de tu resentimiento, porque he aquí al Padre del Hombre, al que los siglos no pudieron enterrar en sus mausoleos de granito,ni los sepultureros con sus furiosas e implacables palas!
La piedad, ese tufo que se respira en las iglesias más alejadas de la santa capital, contaminó las gloriosas paredes de la grandeza y es así como hemos caído en la concupiscencia, la imbecilidad y la decadencia.
Se escuchan gritos de monos por las calles y el terror impera en el fondo del inodoro. No es época de dioses y monstruos, sino de dioses-monstruos como esas lauchas que caen de los árboles en la plazita de Roberto Arlt o esas avispas que, con su aguijón sodomita, consiguen extraer la virilidad al más incauto de los mortales.
Entonces, lloremos juntos.