miércoles, 29 de febrero de 2012

Para mí, sin azúcar.



Como las gaviotas recorren el mar, esperando encontrar alguna presa fácil, así la coerción estatal me impulsa a hablar de temas espinosos, dolorosos, inevitables.

Porque cuando la fiera es perseguida por los cazadores con armas y redes, es cuando más dentelladas lanza a sus enemigos.

Así, este viejo obrero barrial, exalando rencores y desdichas se encuentra en esta noche, cara a cara con la derrota.

Y es a tí, oh portadora del final, cuando te muestro todo el respeto que todavía este hombre te conserva, cuando todavía desvío mis ojos frente a tus obras, cuando todavía hago la señal de la cruz en presencia de tus acólitos, cuando todavía sustraigo a la soledad penosas lamentaciones que me impelen a amarte! Hermana del amor, madre del sueño, aleja estas flechas ponzoñosas de mi pecho! No me hieras con tus fantasmas ni me aprisiones con tus espectros! Todavía vivo, vivo, vivo!


Pido perdón por el alto contenido político y contestatario de las líneas arriba esbozadas, pero es un gran sufrimiento el que me obliga a expresar mis opiniones de esta manera. En un breve período de tiempo, todo volverá al cotidiano desapego de la memoria.

jueves, 23 de febrero de 2012

En las postrimerías de la vergüenza

La sangre que se coagula en los cerebros ardientes, no hace más que reproducir la misma eterna pregunta: ¿Porqué a mí? Pero el hecho es que, ese "a mí" es colectivo, reproducido, degenerado, reflejado en cientos de miles de millones de entes carnales. No, el porqué no sirve.
La decadencia impetuosa del olvidado cohete lunar despacha los rubíes de nubes tóxicas en un aljibe de sueños regalados al caminante. Esta es, tal vez, la inquietante verdad de los objetos vivientes, la impasible respuesta a las comadrejas de ratas que asoman el hocico entre las narices del dios-muerte índigo.


Hace años que los roedores autómatas del último atardecer llegaron con sus magnetófonos, cuando todos miraban el horizonte de la eternidad. Despacio, muy despacio, sigilosamente, entre los árboles fabricados se tramaba la revolución carmesí.



Nunca hubo tantas palabras voladoras, nunca tanto silencio de acero en el viento.



La masacre fue inefable, faltando cinco minutos para las diez.



Tiempos futuros recuerdan al ciego expectante, siempre un procreador de estrellas.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Indescriptibilidad paradójicamente inefable



Así, como los sapos, ranas y otros anfibios surgen de las profundidades de la tierra apenas los cielos descargan unas gotas de misericordia, como los cumbia a la salida del boliche se abalanzan sobre su solitaria víctima en busca de unos morlacos intercambiables por paco y alcohol barato, como las ratas esperando la caída del sol para su próxima escapada hacia el universo de los desechos humanos, como el trueno que ilumina con una opaca fugacidad el pensamiento del infradotado, me presento tierno y humano.

No es mi intención relatar las vicisitudes que me llevaron a cargar esta cruz de hierro tan pesada, tan oxidada con sangre, tan ajena como lo propio, sino que vengo con un mensaje; sí, un mensaje. Un mensaje de mentes inciertas que no se contentan con increpar al vagabundo nocturno, sino que lo tumban y lo despedazan con una navaja para poder obtener los gloriosos órganos que serán vendidos en el mercado negro.

Ésta es mi Troya; acá muere Héctor, José Martí, Juan José Castelli. Acá, así, como quien no quiere la cosa, como quien se rebela frente a la imbecilidad de la existencia, a salivear constantemente frente a lo incomprensible, frente a lo infinito.

Y ese abismo que está ahí, y que oculta lo oculto, no es más que tu propio cerebro quemándose en una hoguera pagana.

Así se construyen los edificios de barro, con miembros mutilados de cadáveres.